Y sí… Seguimos con Lost. Y, aunque no lo crean, esto da para mucho más. Pero, como entendemos que esto se puede tornar un poco embolante, les prometemos que es la última. En este número nos vamos a enfocar en una de las temáticas más interesantes que toca la serie: la ambigüedad del mal.
La ambigüedad que presenta la construcción de los personajes en relación a este tema es inquietante. Nunca sabemos quién es bueno y quién es malo. Esta temática que es bastante clara en la mayoría de las series norteamericanas -tal vez a excepción de Dr. House- en Lost nos descoloca totalmente.
Por ejemplo: ¿Benjamín Linus es bueno o es malo? Es cierto que queda bien claro que es una persona en la cual no nos podemos fiar. Pero, frente a la figura de Charles Widmore, ¿en quién de los dos confiamos?
La serie, a lo largo de sus cinco temporadas, nos va introduciendo en la relación de larga data de estos dos personajes. Ambos tienen una disputa por el liderazgo de la isla y si bien Ben es un manipulador al que sólo pareciera preocuparle su propio interés, Widmore asesina a su hija para lograr volver a la isla.
Tal vez alguien podría cerrar este tema diciendo que los dos son malos y punto. Está bien, pero convengamos que esta no es la forma habitual que temas como la bondad y la maldad son presentados comúnmente en las series televisivas.
Además, y sumando porotos para nuestro argumento, en Lost se plantea la misma ambigüedad respecto a los personajes “buenos”. En efecto, si hiciéramos un recuento de hecho malditos, injustificados y arbitrarios, los que se presentan como los heroes de la serie claramente irían a la cabeza por sobre los malos. Estos últimos, si calculáramos un promedio, estarían peleando el descenso directo.
En este sentido, Lost plantea una discusión más que interesante respecto de la transparencia de las cosas. En otras palabras, pone en cuestión la forma típica del relato televisivo de construir sus relatos colocando los hechos blanco sobre negro.
La serie nos hace pensar sobre este tema, y, tal vez, nos pueda ayudar a cuestionar y, por qué no a sospechar, de las construcciones simplistas que muchas veces nos cuenta la televisión.
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